Patricio Toro reflexiona en su obra en torno a las migraciones forzadas

Patricio Toro reflexiona en su obra en torno a las migraciones forzadas

Cuentan los viejos (y los jóvenes venidos a menos, con el alma marchita entre los brazos) que las han visto pasar, de noche entre los cielos más grises y despejados. Y cuentan también que aquello llena de luz el suelo, justo debajo de su vuelo: que se miran por millones, que acaparan el cielo formando una cúpula nívea; un entramado de plumas y alas y picos y graznidos que se ven pero no se tocan porque nadie las alcanza. Y la voz de quien lo cuenta, cada vez, se quiebra y se marchita (como sus almas, como sus sueños) y tiemblan.

Y a veces graznan, los narradores y aletean: comienzan a mover los brazos; como peces salidos del agua primero, como pelícanos planeando después. Y cuando las risas del auditorio cesan, describen lo que hacen las aves mientras vuelan: se pican los ojos, unas a otras, incesantemente, furiosamente; a un piquete por graznido, en crescendo. Y entonces la cúpula, la cobija blanca sobre sus cabezas se resquebraja: las aves chocan, despavoridas, irritadas, coléricas. Y el ruido se torna insoportable.

Y el blanco se cae a pedazos. Y las estrellas se ven ahí, pegadas entre los huecos de la cúpula. Y la gente corre. Y las aves se picotean más; el cuerpo que ya no atinan a verse a los ojos. Se sacan el hígado, al fin. Y el blanco que era en el cielo es ahora blanco con rojo en el suelo.

Y las aves ya no son aves. Y los viejos siguen siendo viejos pero no tan viejos porque recogen, cada uno, un pedazo de la cúpula. Y se las llevan entre brazos, marchitas otra vez. “¿Por qué se van, de nuevo, cada vez? ¿Por qué deciden la huida, otra vez?”. Murmuran todos de camino a la jaula.

“Migraciones forzadas”, exposición del pintor Patricio Toro (Santiago de Chile, 1943) no desentraña los cuestionamientos finales del párrafo anterior, y tampoco lo intenta: se trata, más bien, de la experiencia sensorial. Valiéndose de las bondades del gran formato, Toro abraza el abstraccionismo como lenguaje para transmitir (y trasgredir, es decir, mover) la emoción humana: ¿cómo se expresa la migración? Están los números y las estadísticas; están las notas rojas, las fotografías cadavéricas de quienes no lo logran, las nauseabundas pugnas políticas, están las guerras, los libros, la historia y luego están los cuadros de Patricio Toro: dispuestos ahí, en una zona segura listos para ser interpretados o experimentados sensorialmente, el nivel de interpretación más básico.

No es una treta: es una oportunidad de integración. Las pinturas de Toro pueden absolutamente ser descontextualizadas y seguirían provocando la mínima reacción humana: hay, en su uso del color, monocromía pero también alto contraste (rojos entre blancos y negros, amarillos tajantes que funcionan como frontera entre la pasividad y el movimiento) hay patrones y formas que perpetúan el movimiento fuera del marco, hay exasperación y cierta violencia en las marcas de los rodillos y esponjas sobre el lienzo. Sin contexto, el espectador se siente, al menos, inquieto; no son obras displicentes, no son pinturas para calmarse en el recibidor de un consultorio. El producto viso-sensorial por sí mismo es turbador. Como las migraciones.

Con contexto, el espectador tiene la posibilidad (y ventaja, quizá) del sesgo (o la alimentación, quiero decir) la obra completa deja de ser una experiencia exclusivamente sensorial para convertirse en una interpretación discursiva de alto calibre, en “high definition” y con textura incluida.

A Toro le preocupan las motivaciones de la migración humana, le horrorizan sus consecuencias y el extremismo que provoca la separatividad; le preocupa y le ocupa porque ha estado ahí. “Migraciones forzadas” constituye un fortísimo esfuerzo de convencimiento sobre la experiencia: las migraciones ocurren, sus consecuencias son tajantes y sus productos culturales son, como esta vez, abrumadores.

“Migraciones forzadas” forma parte de las exposiciones de la temporada enero-marzo que se presentan en el Museo Fernando García Ponce-Macay.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para “El Macay en la cultura”

Fuentes: Diario de Yucatán