Lizardo Chijona, la ira y el goce

Lizardo Chijona, la ira y el goce

Se “leen” en sus obras “cuentos de horror absurdo”

En las hojas de papel se despliegan las imágenes ante los ojos del espectador. Alguno verá violencia; otro, erotismo; otro más, fantasía e imaginación… o bien todo lo anterior, alambicado entre líneas y acrílico, teñido de un intenso rosa.

Así es como surge tras su proceso creativo el trabajo de Lizardo Chijona, artista visual nacido en Cuba y ahora —y desde hace años— habitante de Yucatán.

Lizardo Chijona Rivero nació en La Habana, donde se graduó de pintura, dibujo y grabado en 1986. Es uno de los iniciadores del Taller de Serigrafía “René Portocarrero”, ha trabajado como dibujante para cine, en el proceso de creación de diseños textiles y como docente. Aquí en México formó parte como diseñador del equipo del proyecto “México mágico” en Cancún y de la tienda “Marco Polo” en Mérida.

Actualmente combina la actividad docente en instituciones de nivel superior con el trabajo creativo independiente. Tiene en su haber varias exposiciones individuales (la más reciente la del Macay) y alrededor de 30 colectivas, además de participar en otros proyectos, todos relacionados con la creación.

En 2012, Chijona expuso en el Macay un proyecto escultórico que indagaba en la deconstrucción y las estructuras, empleaba el ensamblaje de objetos y propiciaba un diálogo entre el espacio ocupado y el vacío, con resultados quizá desconcertantes para algunos por el peculiar “choque”. Sin embargo su obra bidimensional puede ser muy distinta:

En la nueva serie de dibujos, realizados con charcoal (solo o combinado con acrílico) sobre cartulina, predominan los trabajos en el tenor que señalamos en el primer párrafo, y en el cual el artista emplea una técnica experimentada para resolver imágenes inquietantes para las cuales el academicismo es un instrumento valioso para la “liberación de los demonios”.

Ojos atravesados por cañones de armas largas, rostros torturados, segmentos corporales violentados también con objetos bélicos, personajes de infernalia fantasiosa (a manera de nuevos homólogos de Pantagruel) y otras construcciones figurativas, técnicamente muy logradas, se despliegan sobre sus soportes de cartulina y despiertan interrogantes en quien las mire y le llevan a imaginar cuentos de humor negro, de horror absurdo, de fantásticos universos contradictorios.

Llama la atención el uso del rosa mexicano que Lizardo emplea como un símbolo pero sujeto a varias lecturas, ya que puede ser, según él mismo propone, “irónico, sublime o suave… y revestirse de diferentes tintes conceptuales, sobre todo como en este caso, cuando se usa con otras imágenes”. “Yo las llamo mis imágenes ‘supositorios’, porque son curas paliativas para mi quehacer, para todo lo que se desea expresar… aunque no remedian todo”. Sin embargo, concluye Chijona, “… es el espectador quien finalmente fabrica esas ideas a partir de su percepción”, y de repente construye otra obra con su imaginación y su personal carga simbólica..— María Teresa Mézquita para “El Macay en la cultura” 

Fuentes: Diario de Yucatán