Histórico edificio que ha aprendido trucos nuevos

Histórico edificio que ha aprendido trucos nuevos

¿Qué podría decir un muchachillo como yo, de 21 años, acerca de un lugar con más de cuatro siglos de historia? Probablemente muy poco.

Desconfiarían más de mí si les digo que apenas he vivido unos tres años en la ciudad de Mérida. Pero me alcanza el tiempo y lo estiro como un músculo que escucha y pregunta: ¿qué hay en el edificio situado sobre la calle 60 cruzada por la 61 y la 63?

Con la correcta curiosidad, la cuestión puede volverse interesantísima: ¿cuál es la historia de ese sitio que hoy es llamado Ateneo Peninsular? ¿Qué hubo antes del Macay, establecido en 1994? ¿Qué ha habido allí? ¿Qué relatos quedaron pendientes?

Hemos dicho que son cuatrocientos años de historia. Habrá que apilar la memoria como peldaños hacia atrás en el tiempo: escalar horizontalmente. ¿Y cómo hacer esto? Una respuesta que se intuye a primera vista podría decir: “Debe poder recurrirse a ciertos documentos como boletines o periódicos del pasado para ver qué sucedía allí”. La gente interesada en reconstruir la historia puede toparse con algunas dificultades: ¿dónde y cómo conseguir los documentos? Si se consiguen, ¿aportarán la información deseada? No hablemos de la también existente posibilidad de que tal información se haya perdido. Revivir un lugar antiguo implica un esfuerzo muy importante.

El sitio digital del Ateneo Peninsular diluye varias dificultades. Para empezar, nos permite identificar con claridad un edificio antiguo que ha aprendido trucos nuevos. Empezó siendo el Palacio Episcopal o Arzobispado de Mérida. Usemos de nuevo la correcta curiosidad, ésa orientada por la imaginación y la duda ociosa: ¿Por qué fue necesario establecer el edificio?, ¿qué funciones cumplía?, ¿quiénes habitaban el Palacio Episcopal?, ¿cómo vivían?, ¿qué significaba tener ese edificio en el corazón de la ciudad?

Las mismas preguntas podemos hacerle a la segunda etapa del edificio que, ya en 1915, pasaba a llamarse Ateneo Peninsular y a funcionar como tal en 1916. Fijémonos que el cambio de nombre está lejos de ser un capricho, por el contrario, demos cuenta que es un síntoma de una transformación en la manera de pensar y, en este caso, de un proyecto para la nación. Las preguntas más interesantes no son del tipo “¿y cuándo cambió el nombre del edificio?”, sino ¿a qué propósito respondía el cambio de nombre?, ¿qué tenían planeado los responsables del proyecto que, alejándose de la religión, ahora buscaban la educación y la cultura?

Nombres como los de Salvador Alvarado, protagonista en el nuevo proyecto para la cultura yucateca, quedan bastante huecos si no atendemos las fechas y los lugares con curiosidad historiográfica. El Ateneo Peninsular tenía una profundísima vocación educativa. Lo importante aquí y en muchos otros ámbitos es preguntarse: ¿por qué?, ¿por qué ya no educar con religión, sino con arte, ciencia y literatura?, ¿cuáles eran las necesidades del México que apenas entraba a vislumbrar un futuro sin Porfirio Díaz?, ¿por qué el proyecto del Ateneo no continuó, y en su misma ubicación ahora tenemos el Macay?, ¿será porque nuestras necesidades como sociedad han cambiado?, ¿quizá sea porque hemos visto, gracias a la Historia, que hay cosas que no pueden quedarse igual para siempre?

En internet

Todos los ídolos y sucesos de la historia pueden ser revisados, cuestionados e investigados. Eso hace el análisis y a ello acude la investigación. Herramientas para tales fines, como la página web del Ateneo Peninsular (ateneopeninsular.com), funcionan, desde luego, para responder algunas preguntas y acercarnos a la información. Creo, sin embargo, que su mayor valía está en generar caminos a nuevas colaboraciones y perspectivas, tal como también lo hace el Cevidi y otros muchos espacios de divulgación para las artes y las humanidades.

Ahora, miren que en esta columna he evitado darles datos. He preferido dejarles preguntas. Es la mejor manera de celebrar el tercer aniversario de un sitio en internet que se nutre de dudas e interés.

Allí encontrarán plumas dotadas de la correcta curiosidad: María Teresa Mézquita Méndez, Marco Aurelio Díaz Güemes, Ángel Gutiérrez Romero, Jorge Cortés Ancona, Gibrán Román Canto, entre otras valiosas colaboraciones. Con imágenes, archivos de audio y magníficos estudios, la página ateneopeninsular.com continúa la historia de un espacio que ha tenido diferentes vidas. Pregunte lo que usted quiera al pasado. El presente le traerá respuestas. Eso sí, no deje de sentir curiosidad. Ella es la única manera de llegar al futuro.— David Mayoral Bonilla para “El Macay en la cultura”

Fuentes: Diario de Yucatán