Entre la innovación y la destrucción

Entre la innovación y la destrucción

El último texto que escribí para este espacio, la columna sobre cómo amasar una fortuna a fuerza de vender plátanos, intentó decir que no siempre encontraremos cosas magnánimas en el arte, y bueno, entre líneas se lee también que el arte no es siempre una cosa gloriosa en sí misma. El arte es una risotada de vez en cuando. Pero, ¿el arte puede ser destrucción?

Hace no muchos meses, en un país no muy lejano, fue subastada una obra de un tal Banksy por 1.4 millones de dólares. El precio no es la noticia. Sucede que, tras escucharse el mazo que señalaba la puja ganadora, hubo otro sonido: pip pip pip pip. Había una trituradora de papel instalada al interior del marco. El cuadro que reproducía la imagen del mural “Niña con globo” se convertía en tiras ante la mirada atónita de los presentes en la Park West Gallery. La obra destruida fue un notición. Le cambiaron el nombre y todo (pasó a llamarse “El amor está en la papelera”). Resultado: incrementó su precio, porque a la pieza se le añadió el inolvidable momento de su destrucción. Que el lienzo fuese destruido fue una especie de suceso artístico, de performance, la creación de un evento estéticamente relevante. En el arte valoramos y compramos ciertos tipos de experiencia, y bueno, ya luego juzgará el gusto.

Pero no con esto quiero decir que todo acto destructivo es artístico. Para que lo sea, la destrucción debe ser “parte del plan”, por decirlo así. Y no solo eso: un artista sabrá lo que demanda ser destruido y ha de escoger cómo proceder a la aniquilación. El producto puede ser innovador o catastrófico; una genialidad, o una burla o un sinsentido.

En un punto medio entre la innovación y la destrucción está el arte de Valerie Hegarty, pintora y escultora estadounidense con una trayectoria de casi veinte años, con más de treinta exposiciones repartidas en quince individuales y dieciséis colectivas. Una de ellas es grandiosa, y espero que puedan investigarla: “View from Thanatopsis”, presentada durante 2007 en el Museum 52, en Londres.

“Mirada desde la Tanatopsia” propone entrar a una sala repleta de objetos destruidos que, pese a estarlo, tienen una presencia específica porque revelan algo que no podemos ver a simple vista. Tanatopsia es una palabra que Hegarty inventa para comunicar un atestiguamiento de la muerte o, mejor dicho, de lo muerto. Siempre vemos las obras de arte como intocables. Incluso nos ponen una cinta en el piso para extremar las precauciones. El arte no suele estar hecho para destruirse, literalmente hablando. Y bien, ¿qué pasaría si sucediese? ¿Qué veríamos si un buen día un cuadro muy valioso pesca el fuego como si fuera un resfriado? ¿Y si un pájaro carpintero o una ola de termitas allanaran el museo durante la noche y trituraran la madera de los muebles antiguos, de los retablos, de los libros?

Valerie Hegarty hace esto. Elabora piezas artísticas que nacen destruidas, por decirlo así, cuya intención más evidente es entregar una experiencia de lo atroz, de lo insólito. La impactante huella que aparece en lo destruido es una apelación a un estado de cosas inevitable que, sin embargo, nos resistimos a enfrentar. Hegarty gusta del caos y brinda la oportunidad de estar ante él de una manera que alcanza un tipo muy peculiar de humor.

Imaginen que entramos a una sala de un museo donde se suponía debían estar varios retratos genuinos de George Washington y pinturas de elevada belleza marítima, así como muebles de una era ya inaccesible cuidadosamente tallados.

En vez de eso, encontramos lienzos y marcos destruidos con la marca de una especie de metralla. Lo mismo con el inmobiliario de madera pura, lleno de boquetes horrendos como cicatriz de muerte. La cara del primer presidente estadounidense cuelga deshecha como un llanto perdido. ¿Qué ha pasado? Dios mío, Hegarty dejó entrar un pájaro carpintero, y lo dejó posado, al muy culpable, calmo sobre la esquina del marco.

Busquen en internet “First Harvest in Wilderness with Woodpecker”. Encontrarán la escena del crimen. Con ello espero que pueda saberse con mayor claridad que el arte, además de reír, puede traer a la vida sucesos que, aunque no son bellos, son conmovedores. Impactan. Critican. Duelen. Destruyen.— David Mayoral Bonilla para “El Macay en la cultura”

Fuentes: Diario de Yucatán