El preludio de las grietas, sobre Rufino Tamayo y Juan Soriano

El preludio de las grietas, sobre Rufino Tamayo y Juan Soriano

Autenticidad y autonomía en los dos mexicanos

En algún lugar del tiempo existe una muralla. Esta edificación, imaginemos, tiene muchos metros de alto, y muchos más de largo. Su grosor es considerable. No se conocen portones o conexiones al otro lado. Parece —y no exagero, ustedes pueden verla tan bien como yo— colosal, robusta, infinita en tiempo y espacio.

Ahora quiero que imaginemos, con el mismo portento, su caída. Pensemos en el momento exacto cuando el todo se vuelve nada. Hay mucho ruido al levantarse el polvo. Tiene usted un pedazo de lo invencible bajo su zapato, lectora o lector. Mire. Se ha ido. El horizonte queda expandido. Lo alto ahora es llano. ¿Lo ha visto? Ahora, quiero saber si, antes de la destrucción, usted ha visto grietas, expandiéndose como venas sobre el concreto. Lo inmutable también se rompe, pero es claro que primero debe agrietarse.

Rememoro dos grietas importantes: Rufino Tamayo y Juan Soriano. El primero, oaxaqueño; el otro, tapatío. Ambos eran artistas plásticos. Galardonados con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Bellas Artes: Tamayo en 1964, y Soriano veintitrés años más tarde. Los dos caminaron por pasajes europeos e hicieron de Francia su hogar por un tiempo. Hoy existen museos bautizados con sus nombres (Museo Tamayo Arte Contemporáneo y Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano).

El primero, nacido el 26 de agosto de 1899, dos días después que Jorge Luis Borges se dirigió a otro destino. Tamayo pintó ángulos y sombras, animales de tres lados y muchos vértices, sandías vistas desde todos los espejos, lunas y otras lunas cálidas y brillantes en cielos divididos. El segundo, más joven, “niño permanente” en los ojos de Octavio Paz, es nombrado vivo en 1920, un 18 de agosto. Juan Francisco Rodríguez Montoya, así bautizado, llegará a ser Soriano por medio de aves de dos caras, invocaciones a Apolo y astros hechos de constelaciones. A Soriano y Tamayo los emparenta algo evidente, justo como lo es la grieta en un muro, o la mancha geométrica y colorida en medio de un mural en tonos sepia, allí donde una multitud de sombreros y Zapatas traen la muerte en armas.

La primera apertura en la muralla es la voluntad de la diferencia, desde el color hasta las figuras, lo que pide un cambio de tema y forma de componer los cuadros.

Una grieta más notoria es la reinterpretación del hacer artístico. La pregunta “¿cómo debe ser el arte?” es sustituida por otra: “¿Cómo puede ser el arte?”, y más aún, “¿Cómo puede ser mi propio arte?”.

Tamayo y Juan responden con autenticidad y autonomía, valores primordiales para la entonces venidera Generación de la Ruptura.

Miremos las obras “Mujer en gris” (1931), “El trovador” (1945), “Cuerpos celestes” (1946) y “Niños jugando con fuego” (1947). Aquí se entreveran los rasgos de las vanguardias europeas con la auténtica personalidad del Tamayo artista, quien no se limitó a importar un método compositivo.

Tamayo es sí mismo en sus obras; es él y la pintura. Un sentido desinteresado y libre presagia una nueva generación de artistas.

Soriano, por su parte, reinterpreta la figura de “Apolo y las musas” (1954), que nada tienen que ver con las de “El Parnaso” (c. 1631) de Poussin. La figura humana, en la pintura de Soriano, se compone de contornos rememorados, libres, pero agrupados en dos grandes bloques. Apolo está de pie, y las musas, provistas de una nueva belleza extraña y múltiple, aparecen después, uniendo los rostros y los cuerpos. El borde exquisito no puede contener ya el genio artístico.

Tema y manera de composición responden a una nueva identidad del arte mexicano, presentada con voz de trueno durante La Ruptura. El emblema sería el ánimo individual en la creación, adversario del compromiso con la temática social. El genio de Tamayo y Soriano representó una energía imaginativa que pronto debió combinar formatos y crear nuevas herramientas para ser libre y valioso por sí mismo, como ese arte exigía ser.— David Mayoral Bonilla para “El Macay en la cultura”

Fuentes: Diario de Yucatán