Rememorando a Fernando García Ponce: 85 años de su natalicio

Rememorando a Fernando García Ponce: 85 años de su natalicio

Es muy emocionante celebrar, precisamente en este museo, los ochenta y cinco años que hubiera cumplido mi padre, Fernando García Ponce, el 25 de agosto de este año; no tanto porque esta sede ostenta su nombre, lo cual, no lo esconderé, me llena de orgullo, sino porque, tanto por su colección permanente, por sus exposiciones temporales, como por las diversas actividades que aquí se llevan a cabo, es este un espacio donde se conmemora cotidianamente un importantísimo acontecimiento en la historia del Arte Mexicano. Me refiero, claro está, a aquel momento de la vida artística del país que conocemos como la Ruptura, desde que críticos e investigadores tan importantes como Teresa del Conde se empezaran a referir a éste con este nombre.

Si bien, uno puede poner en cuestión tal denominación, en particular porque sugiere que pintores tan diferentes como mi padre, Manuel Felguérez, Roger Von Gunten, Vicente Rojo, Lilia Carrillo, Arnaldo Cohen, entre otros, formaran un movimiento compacto y un grupo con una ideología definida, como los de las vanguardias surrealista, futurista y demás, lo cierto es que tal confluencia de artistas a finales de los cincuenta y en las décadas posteriores, no dejó de tener una significación muy particular con respecto al ambiente artístico de la época. Esta significación está, por un lado, ligada a la necesidad de una mayor apertura hacia lo que se hacía en cuanto a creación artística fuera de México, ya sea en París o, más aún, en Nueva York, pero también a la necesidad fundamental de libertad en lo que respecta a la creación artística, libertad que el muralismo, a pesar de todos sus méritos había terminado por limitar, como bien sabemos, en particular por haberse convertido en el arte oficial del periodo posrevolucionario, lo cual no quiere decir que los objetivos propios de la llamada Escuela Mexicana de Pintura no hayan tenido la validez que se le reconoce tanto a nivel estético como social.

En todo caso, me parece que uno de los aportes fundamentales de la Ruptura es precisamente el haberse atrevido a “desafiar la estabilidad”, para retomar el ya famoso título del libro colectivo editado por Rita Eder, para exigir la libertad que los artistas que la configuraron necesitaban en el momento histórico en el que se encontraban, tanto para sí mismos como creadores individuales, como para las generaciones que les precedieron inmediatamente. Que se piense en pintores como Gabriel Macotela, Ilse Gradwhol, Irma Palacios, los hermanos Castro Leñero, que tuvieron una particular relación no sólo con Fernando García Ponce y los demás miembros de la Ruptura, tanto a nivel personal como pictórico, sino también, y muy estrechamente, con Juan García Ponce, quien a través de su crítica de arte alentó siempre a los artistas jóvenes que le parecían merecer la atención del público, tanto como lo hiciera con sus contemporáneos. Me parece, en ese sentido, que una de las funciones de la crítica es tomar partido en defensa o en contra de los artistas de los que se ocupa. Esto no es nuevo y lo hacían tanto Diderot con Chardin, Baudelaire con Delacroix, Breton con Miró, Max Ernst o Leonora Carrington, entre muchos otros.

Y puesto que de Breton se trata, cabe recordar, por otro lado, como ya lo señalaba hace décadas la recientemente fallecida Ida Rodríguez Prampolini, que la Ruptura fue hasta cierto punto uno de los resultados del impulso libertario que infundiera el gran poeta surrealista, al firmar en México, junto con Diego Rivera, que fungió como prestanombres de Trotsky, el “Manifiesto para un arte independiente” en 1938. Lo creo en particular por el papel que jugaron pintores como Gunther Gerzso, quien abrió nada menos que la ruta de la abstracción en México, después de haber sostenido una nutrida relación con los surrealistas exiliados que se reunían en aquel tiempo en la calle Gabino Barreda alrededor de Benjamín Peret. Además de Leonora Carrington y Remedios Varo se encontraban en ese entorno Kati y José Horna. Se sabe la importancia que tuvo el movimiento surrealista para pintores como Alberto Gironella e inclusive, al menos así lo consideraba Ida Rodríguez Prampolini, para alguien como Arnaldo Coen.

Creo que si bien mi padre, en realidad, no tuvo mucha afinidad personal con la pintura y el arte de los surrealistas, más allá de la relación amistosa que tuvo con algunos de ellos, como Kati Horna, quien le hiciera unas magníficas fotografías, la forma en que concebía el arte sí se puede relacionar con el manifiesto para un arte independiente de 1938, ya que para él, como para Breton, el arte tenía la función fundamental de liberarnos del “sistema atroz en el que vivimos”, para retomar la expresión de mi padre. Por otro lado, aunque no sea absolutamente evidente existe, más allá del hecho de que sean obras abstractas, una afinidad entre la pintura de Gerzso, quien por momentos se consideró surrealista a pesar de ser abstracto, y la de mi padre y, esto, no solo en la cualidad metafísica que se enraíza, no obstante, en la existencia que tienen ambas obras, sino por el hecho más sencillo de que Yucatán y sus ruinas mayas ejercieron una profunda fascinación para los dos pintores. Para Gerzso, como hijo de Europa que se enfrentaba a lo absolutamente otro que representaban estas estructuras perdidas entonces en medio de la selva, y para mi padre sencillamente porque aquí nació y convivió tanto con la naturaleza extraordinaria del lugar como con sus antiguas culturas. De manera sorpréndente creo, dado el carácter geométrico de su obra, que la naturaleza yucateca tuvo para mi padre la misma importancia que tiene todavía para Von Gunten la de Morelos, importancia que reside en no menor medida en la sensación de libertad que ésta confiere a quien la contempla.

Para dar una idea de la relación que veo yo entre naturaleza y abstracción en la obra de mi padre recurriré a un evento del que ya he hablado en otra ocasión. Estábamos él y yo paseando por la playa de Chixchulub al atardecer, hace más de treinta años ya, cuando se volteó hacia mí y, mostrándome la línea del horizonte donde se juntan el cielo y el mar me dijo: mira Esteban, es esto lo que siempre he buscado en mi pintura; con lo que se refería sin duda a la sensación de infinito que provocan, por su profundidad, los dos planos geométricos, al fin y al cabo, del cielo y del mar.

Vuelvo a reiterar, por tanto, que me parece que no hay mejor lugar que esta sede para conmemorar el octogésimo quinto aniversario del nacimiento de mi padre, ya que este se ha convertido en un baluarte en defensa tanto del espíritu de la Ruptura como de lo que su existencia significó para los artistas que le precedieron. Si bien corresponde a los artistas tener la valentía de defender la libertad que exige todo acto creativo, ésta también necesita que se le defienda desde el universo de las instituciones. Creo que el museo Fernando García Ponce, como sede dedicada a la Ruptura, ha cumplido y cumplirá cada vez más con este compromiso de mecenazgo frente a los artistas.— Esteban García Brosseau, Doctor en Historia del Arte, para el Macay en la Cultura

Fuentes: Diario de Yucatán