Un vistazo a la vida personal del maestro Fernando Castro Pacheco

Un vistazo a la vida personal del maestro Fernando Castro Pacheco

Las memorias de un amigo, a cinco años de fallecido

Aquella primera luz llegó a sus retinas hace más de un siglo. Y la última que iluminó su mirada, hace un lustro. Cinco años de ausencia de Fernando Castro Pacheco. Y cuando es un aniversario como éste, que se cumplirá este miércoles ocho, sus amigos cercanos o bien quienes tuvimos la oportunidad de conocerle, de tratarle, evocamos invariablemente algún recuerdo imborrable.

Comenzaba 2018 y en oportunidad de varias efemérides el Macay organizó un ciclo de conferencias y actividades para todo el año llamado “Legado y permanencia de tres pintores yucatecos”. ¿Los homenajeados? Fernando Castro Pacheco, Fernando García Ponce y Gabriel Ramírez Aznar.

Así fue como el viernes 19 de enero el museo convocó a una afortunada mesa panel en la que coincidieron los conocimientos históricos y teóricos con el afecto, la amistad y la sensibilidad. La encabezaron Jorge Cortés Ancona, Juan Coronel y Miguel Ángel Martínez de la Fuente. Particularmente Martínez de la Fuente, conocido por su valioso trabajo editorial y de diseño en Yucatán, ofreció una perspectiva distinta del artista y su esposa: un relato entrañable de la vida cotidiana, de la convivencia y el encuentro feliz y para siempre del propio Miguel Ángel con el maestro Castro Pacheco y doña Blanquita Sol.

Su participación, fraterna y afectuosa, abrió para los espectadores una puerta a la armónica vida familiar, a ese “universo de tierra fértil, de luz, en donde pudo germinar y crecer una relación de mucho cariño, respeto y aprendizaje”. Miguel Ángel comentó anécdotas escuchadas de la esposa del maestro: “Me platica Blanquita que con estampas de grabados de libros y con pequeños caballetes que elaboraba, él formaba exposiciones de arte en miniatura y construía teatros y circos con figuritas de migajón y rabitos de uvas. El tiempo y la experiencia lo llevaron en alguna época de su vida a diseñar escenografías…”.

“Blanquita era estudiante de arte en La Esmeralda”, dijo, “lugar donde se conocieron cuando en 1962 el maestro Castro Pacheco era director de la misma”. “Me enamoré primero de su voz”, me cuenta ella, “porque hablaba de forma muy recia e imponente y quedé impactada con lo exigente y tenaz que era para todas sus acciones”.

“Para la realización de los murales del Palacio de Gobierno, doña Blanca ayudó a don Fernando a pantografiar los dibujos preparatorios y a trasladar los trazos a escala natural… Y lo hizo con extrema precisión: ella lo recuerda y se llena de orgullo: ‘Miguel Ángel, cuando se unieron los paneles, todo casaba perfectamente’”, me cuenta con emoción.

“Después de pintar los murales, hubo mucha gente interesada en conocerle, en saber más de él y de su obra. Lo buscaban para entrevistarse o sencillamente para platicar, pero empezó a ser tanta la demanda que pienso que tuvo que escoger entre dedicarse a la vida social o dedicarse a seguir trabajando, así que para la pública se volvió una persona muy reservada”.

“En manos de doña Blanquita”, recordó Miguel Ángel, “estuvo el soporte para preservar el tiempo y el orden del maestro Castro Pacheco en su vida cotidiana, su trabajo, su rutina tan importante para continuar su valiosa creación”.

Relató que la vida en la casa de don Fernando y Blanquita era muy ordenada: a las ocho de la mañana el desayuno; de nueve a dos el trabajo en el estudio, después de la comida un descanso y desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche a trabajar nuevamente y a las ocho, la cena. Después ambos leían y estudiaban en su biblioteca, comentaban la prensa y escuchaban música.“Castro no mezclaba el trabajo con la música. O pintaba o escuchaba música. Sus preferencias se inclinaban hacia los clásicos, particularmente conciertos de arpa aunque también a los grandes del jazz. Y también la música popular. En todos los casos se escuchaban obras muy escogidas. En los recuerdos de Martínez de la Fuente permanecen el trato generoso y atento de los anfitriones que eran el maestro y doña Blanca cuando se les hacía una visita, y sobre todo la amistad y el afecto sincero de ambos. Y también está la admiración del artista: ‘Cuando estoy frente a alguna de sus obras y vuelo a través de un azul, o disfruto de un verde o camino sobre un ocre; cuando me apasiono con un rojo y tiemblo ante las percusiones de la danza entre los blancos y los negros de una tinta o un grabado, comprendo aunque sea un poco de lo que nos quiere mostrar. Y luego me vuelvo a maravillar cuando descubro que la mayoría de esos colores no existen, sino que se forman entre el lienzo y nuestros ojos, entonces recibo así el mensaje completo de lo que su pincel nos regala’”. “Me parece que una parte de su vida la pasó entendiendo y perfeccionando la estructura en el dibujo hasta llegar a ese punto en el que radica la emoción. Y luego, en otro período, ya con el dibujo y los temas transitados y la emoción a bordo, se dedicó de lleno a entender y experimentar con el color para componer sinfonías a través del mismo”. “La obra física que Castro hereda en primerísima instancia al pueblo de Yucatán, independientemente de los acervos pertenecientes a colecciones privadas, o que fueron adquiridas por coleccionistas de otros lares, se pudo conocer gracias a la realización de un inventario coordinado por doña Blanquita y encargado a su hijo Ernesto Simón y a un servidor. En lo personal agradezco mucho la confianza dispensada para ello”. “Un inventario que incluye dibujos, pinturas, esculturas, obra gráfica, placas de grabado y cerámica”, precisó Martínez de la Fuente. Un gran desglose cuyas cifras corresponderá dar a conocer, en su momento, a los integrantes de la Fundación Fernando Castro Pacheco. En este legado el número y calidad de las obras resulta impresionante. Un ejemplo de lo que se puede hacer cuando hay talento, disciplina, y pasión en el trabajo. “Y otro legado también muy importante es la misión que dejó don Fernando a un grupo de amigos que le quieren y respetan y con quienes en vida formó el Consejo para una Fundación que habrá de velar por la conservación y la difusión de la obra con el encargo fundamental de lo que fue su sueño e intención: entregar la obra para el disfrute del pueblo de Yucatán”. En su primer lustro de ausencia y con nuestra gratitud a Miguel Ángel Martínez de la Fuente por compartir estas notas entrañables, nos sumamos con admiración y afecto desde esta columna a ese sueño y esa intención y al deseo de verlos cumplidos.— María Teresa Mézquita Méndez para “El Macay en la cultura”

Fuentes: Diario de Yucatán