Valiente, dio larga lucha al monstruo

Valiente, dio larga lucha al monstruo

Así que el universo juega a tu favor. Al inicio. Una cuna amplia. Una cama amplia. Una hamaca amplia. Una vida amplia, en prospectiva. Te sientes más o menos afortunado. Y disfrutas y eliges bien; cada vez mejor. Con lo que el universo buenamente te ha preparado, hasta ahora, tus caminos por recorrer parecen cada vez más sensatos, brillantes y prometedores. Mientras acaece el paso de tu juventud vas dejando evidencias de tu lucidez: becas, premios, acervos íntimos e intelectuales que auguran un éxito rotundo. Escribes. Y lees; en cantidades descomunales. Conoces a la gente indicada; procuras a la gente indicada. Y la gente indicada en el centro del universo solamente te hace crecer más. Y cuando te encuentras justo tomando la curva que te permita el subidón absoluto hacia lo que significaría tu pináculo anhelado te presentan a un monstruo. Tú monstruo. Y te auguran unos cuantos meses de férrea pero derrotista lucha contra él. Tienes treinta y pico. Y aturdido, no sabes qué hacer. Impávido te miras las manos y los pies preguntándote hasta cuándo. Y en tus días más oscuros alimentas la impotencia y piensas en claudicar, hacerle un favor a la muerte, adelantar la caducidad; hacerte uno con el monstruo. Tú monstruo. Que te coma vivo y de un jalón y te lleve por la nueva inercia; la del vacío.


Contrario al pronóstico y a la providencia, un buen día decides tomar la curva. Qué importa el monstruo y su velocidad. Tu lucidez y el monstruo viven en recámaras separadas; se coquetean, todos los días, pero no se tocan. Que no se toquen; que no se toquen nunca. Te encomiendas a la pluma y a la máquina de escribir y a tus autores y a los libros y a tu familia y a los pintores y cambias tu estrategia de batalla: con la condena del terreno perdido y por perder, decides ganarle tiempo al monstruo, en secreto, desde otra trinchera.

Es curioso: mientras vas perdiendo movilidad las posibilidades de acción parecen irremediablemente en decremento. Dictaminas con el paso de los primeros años de batalla que eso es absolutamente falso. Y acudes a la evocación. Del pasado primero. De lo que ves después. De lo que añoras pero no tocas. La inacción se vuelve un aliado memorable de la observación. Y te vuelves experto; aún más. Y observas y anhelas y evocas y construyes puentes a través de tus letras que el resto de nosotros, con toda nuestra movilidad corpórea, apenas podríamos siquiera sospechar.

Te conviertes, finalmente, en el observador absoluto. Redefines el término, le sacas brillo: eres el observador por antonomasia; porque no sólo miras por reflejo; escudriñas el horizonte humano y precisas sus matices a puntillazos. Re-elaboras el universo porque el tuyo no te alcanza; porque comprendes que la inacción no es otra cosa que la evocación de lo que fue, es, será, nunca fue, quieres que sea.

Escribes hasta que te duelen las manos, primero. Escribes hasta que te duelen los dedos después. Escribes hasta que tienes que escribir con la boca, conteniendo párrafos completos entre los labios para que alguien tome dictado. Sueñas; y cuando no sueñas pero quieres soñar observas con los ojos cerrados. El observador por excelencia no mira nada más; no deja que el mundo acaezca sin más: el observador total edifica el mundo.

Llevaste la batalla contra el monstruo a terrenos insondables: le llevaste de paseo por parajes de ruptura y de costumbrismo y de erotismo puro y cadencioso. Lo llevaste al cine y al teatro; le pusiste frente a las mejores pinturas de tu época y le enseñaste cómo fraguar escuela. Le alargaste tanto el tiempo que le sacaste más de treinta años. Hoy, las evidencias de tu evocación continua representan el patrimonio de quien quiere observar mejor.

Juan García Ponce (Mérida, 1932 – Ciudad de México, 2003), quien cumple 14 años de fallecido el próximo 27 de diciembre, es considerado uno de los escritores mexicanos más importantes de la segunda mitad del siglo pasado. Diagnosticado con esclerosis múltiple a sus 35 años, se desarrolló como novelista, cuentista, ensayista, traductor, crítico literario y de arte, y guionista. Su obra, con más de 50 publicaciones, es considerada de gran impacto para la literatura hispanoamericana. La exposición “Juan García Ponce: el placer de la mirada”, con una perspectiva histórica sobre el autor y más de 200 objetos personales del mismo, forma parte de la temporada octubre – diciembre en el Museo “Fernando García Ponce” Macay.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para El Macay en la cultura

Fuentes: Diario de Yucatán